A. Rafael Flores Hernández
Historia. La Real Academia Española de la lengua muestra en
su diccionario la polisemia de este sustantivo, es decir, la pluralidad de significados
que puede tener dicha palabra en nuestro idioma. Estos significados se ocupan
de designar acontecimientos del pasado, una materia que forma parte del
currículo escolar, o bien, un relato. Pero más allá de definiciones institucionalizadas
o conceptos ampliamente trabajados por diversos pensadores, una parte
importante de la sociedad mexicana conoce la palabra y la emplea de manera
cotidiana, además de que tiene una idea de su significado en distintos grados
de precisión o vaguedad. En la vida cotidiana la historia se encuentra presente
en los discursos de los medios de comunicación hegemónicos o se conoce porque
forma parte de la educación en las aulas por las que han pasado parte de su infancia
y juventud los mexicanos. Sin embargo, pocas veces la vox pópuli puede precisar
la relación entre ese mar de hechos del pasado y ella misma, o la utilidad de
su estudio durante varios años. Este fenómeno es de llamar la atención para los
especialistas de la disciplina, pues si la suya es una materia ampliamente
conocida, valdría la pena reflexionar por qué la sociedad no reconoce su
función y trascendencia.
Sumergirse en el libro La
función social de la historia de Enrique Florescano, permite al historiador
realizar un ejercicio de reflexión sobre su disciplina en términos de los
problemas epistemológicos o metodológicos a los que se enfrenta pero, ante
todo, a una revaloración sobre lo que su trabajo puede ofrecer a la sociedad de
la cual forma parte. A lo largo de su vida profesional, la obra de Florescano
se ha caracterizado por ocuparse de temáticas variadas del campo de la
historia, entre los que destacan trabajos enfocados en la economía, la memoria
social, la identidad, los mitos y la historiografía, todos ellos estudiados en
tiempos largos; esto nos indica la adscripción de su producción historiográfica
en la llamada escuela de los Annales. El libro aquí reseñado no queda fuera de
esa corriente de pensamiento, lo cual se refleja a lo largo del texto.
La función social de
la historia es un trabajo que se divide en dos partes.
La primera de ellas se enfoca propiamente en señalarla función que a lo largo
de la historia de la humanidad se le ha dado al arte de Clío; la segunda
sección se enfoca en una reflexión sobre las bases que sentaron las
características de la disciplina histórica y contribuyeron a darle el rostro
que hoy en día tiene, además de estudiar el papel del historiador en este
proceso. Ambos segmentos se constituyen de ensayos de diferente extensión, en los
que Florescano plantea temáticas específicas, aunque hay temas transversales
que se presentan a lo largo de toda la obra.
Al adentrarse en el libro, se percibe una importante carga
de erudición por parte de Enrique Florescano, quien hace gala de ella en cada
una de sus afirmaciones. Apuntala su estudio con una cantidad copiosa de citas,
las cuales en ocasiones pueden resultar excesivas, al igual de las notas al pie
de página que las acompañan:es ésta una obra escrita básicamente para
historiadores o lectores con un interés profundo en temas de historia. Ello
resulta incluso contradictorio si consideramos la crítica que realiza el propio
autor a la manera como los historiadores academicistas redactan sus trabajos.
Al revisar el aparato crítico del libronos percatamos de
que hay algunos pensadores cuyas ideas están presentes de manera recurrenteen el
análisis de Florescano, entre los cuales podemos mencionar a Arnaldo
Momigliano, AgnesHeller, ReinhartKoselleck, Paul Ricœur, Marc Bloch, David
Brading, MirceaEliade, Carlo Ginzburg, Eric Hobsbawm y Walter Ong, por señalar
a los más importantes para la propia obra. De esto se desprende que este texto
no se pueda leer a la ligera, sino que se trata de una lectura que debe
degustarse con calma y atención por la complejidad de las reflexiones
contenidas. Una redacción clara, fluida, e incluso en ciertos pasajes brillante,
facilitan la revisión de los conceptos o ideas desarrolladas por Florescano.
De las dos secciones que componen el libro,el autortrata
con mayor extensión la segunda parte, dedicada a los “pilares de la
construcción historiográfica”. Esta sección funciona como una historia de la historia, pues Florescano
expone distintos momentos de los principales paradigmas de la historiografía y
cómo éstos han cambiado en el tiempo; concluye con un análisis del estado en
que se encuentra la disciplina histórica en la actualidad. De esta manera,
podemos advertir la forma como la historia dejó de ser el sustento de los
regímenes políticos, para convertirse en un análisis de los procesos humanos.
Este cambio implicó–dice el autor– para la propia disciplina una ampliación de
sus fronteras de conocimiento, pues los sucesos políticos ya no eran
suficientes para explicar los procesos de las sociedades, así que se volvió la
mirada a los estudios de economía, las mentalidades, la ciencia, la familia, la
sexualidad, la cultura de los más pobres. En otros términos, implicó una
democratización de la historia.
Al tiempo que la ciencia histórica expandió sus fronteras
temáticas también lo hizo con el diálogo interdisciplinario. La sociología,
etnografía, antropología, filosofía, economía, filología, entre otras,
contribuyeron con la nueva historiografía no sólo con datos, sino sobre todo
con metodología, perspectivas y paradigmas. De esta manera, la historia dejó de
limitarse a la información proporcionada por las fuentes escritas, revalorando
la oralidad de las culturas del mundo. En este proceso, también reconoció la
importancia del estudio sistemático de los mitos y la ritualidad para
comprender a los grupos que los producen.
La crisis epistemológica afrontada por la historia en las
últimas décadas, en torno a los caminos cruzados entre la historiografía y
otros géneros literarios, encuentraespacio en el estudio de Florescano, quien
le dedica un capítulo denominado “Historia y ficción”.
La función social de
la historia es un libro que permite reflexionar a los
historiadores sobre los grandes problemas de su disciplina, sin embargo, no
desarrolla de manera extensa la temática anunciada en el título del mismo:
cuantitativamente ocupa un espacio menor en la obra. Al revisar el libro, uno podría
tener la perspectiva de que el tema debióser desarrollado con mayor amplitud
por Florescano, sin embargo cada lector tendrá la mejor opinión al respecto. A
pesar de lo anterior, el texto sí logra hacer una revisión bastante interesante
sobre el papel que han ocupado la historia y el historiador en diferentes
sociedades y épocas. A ello se une un análisis del estado actual de la
disciplina y la postura propia de Enrique Florescano al respecto.
Resulta interesante percatarse que al paso de los siglos en
todo el mundo la historia ha tenido diversas funciones para la sociedad.
Florescano señala que una de ellas ha sido “dotar de identidad a la diversidad
de seres humanos que formaban la tribu, el pueblo, la patria o la nación”(Florescano,
2012: 21). Entonces la historia sirvió como un puente entre el pasado y el
presente de una comunidad, forjando así una idea de continuidad y proximidad
entre los antepasados y el presente. Mas la función de la historia no se limitó
a permitir las relaciones al interior de un grupo social, sino también al
exterior, pues a través de los relatos que produjeron los historiadores se logró
una “inmersión en el pasado [la cual] es un encuentro con formas de vida
distintas, marcadas por la presencia de
diversos medios naturales y culturales”(ibid.: 28). Gracias a ello, una
comunidad puede identificar lo remoto, permitiéndole un reconocimiento de lo
extraño, aquello que la antropología denomina la otredad. Así, podemos entender la historia como forjadora de
identidad, la cual por medio de una mirada interna nos revela quienes somos y
que a través de proporcionarnos una imagen delotro, nos permite reconocer aquello que no somoso lo que
compartimos con él.
Como memoria, la historia hace sentir la fuerza de su
importancia, al mostrarnos sus virtudes de conservar –por lo menos a manera de
relato–lo irrepetible, y clarificar “el carácter mudable de las construcciones
humanas”(ibid.: 38).
Aunque Florescano cuestiona la idea de considerar a la
historia comomagistra vitae, el autor
muestra cómo en diferentes momentos la historia sí fue utilizada no sólo para
aprender de la vida social, sino igualmente para justificar y legitimar
regímenes políticos, proyectos sociales o juicios contra personas,
instituciones o etapas de la humanidad.
Tal vez lo más relevante de este trabajo, dentro de las
expectativas que sugiere el título de la obra, resida en la crítica que hace Florescano
a la institucionalización académica de la historia y la falta de compromiso de
los especialistas con los problemas que enfrenta su sociedad en la actualidad.
En el capítulo “Ataduras de la institución académica”, el autor muestra el
surgimiento del proceso de profesionalización de los historiadores en las
universidades, y la manera como estas instituciones se convirtieron en el nuevo
claustro de los mismos. Ello certificó y diferenció a los nuevos historiadores
de los autodidactas. Si bien éstos últimos quedaron relegados de la autoridad y
prestigio que conlleva el ser un profesional,
por su parte los historiadores quedaron confinados a los límites y
exigencias de la burocracia administrativa de los centros universitarios.
En este confinamiento, el historiador se sintió libre de
todo aquello que consideraba comprometía su objetividad para escribir sobre el
pasado, y creyó que el único adeudo que tenía su trabajo era para con el propio
avance de la ciencia histórica y a ello se entregó con devoción. El resultado
fue que la producción de los académicos estaba desligada de la sociedad que la sostenía,
pues los historiadores consideraron que su trabajo era un producto individual y
no social: ya no tenían ningún compromiso con el mundo de fuera.
Así, el producto historiográfico dejó de aspirar a
convertirse en la gran obra que conmoviera a los lectores y transformara los
cimientos de la sociedad. Se convirtió en una producción mecánica cuantificable
en términos de volumen y no de calidad. En los nuevos tiempos –señala
Florescano– la obra historiográfica dejó de dedicarse a los grandes públicos
como antaño, y éstas se volvieron piezas pensadas y redactadas para
especialistas cada vez más reducidos en número. Dicho de otra manera, se volvió
un trabajo del gremio y para el gremio, una industria de autoconsumo. Bien
señala Florescano que como consecuencia de esta situación,se generó una
producción historiográfica en la últimas décadas que probablemente supere en
número todos los trabajos de historia redactados desde los comienzo de la
escritura hasta el siglo XX, pero cuyo destino fueron la estanterías de
bodegas, sin lectores interesados en ella y sin ningún impacto para la
sociedad.
El último gran reto de la historia es la desacreditación
que comparte con el resto de las humanidades y las artes para los gobiernos
tecnócratas. Ya que los historiadores se cerraron las oportunidades a los
ámbitos académicos, y estos espacios cada vez tienen menos apoyo, la historia
enfrenta una nueva crisis.
Florescano concluye que si bien en nuestros días la
historia no es utilitaria en términos económicos, su
función social rebasa esas expectativas mercantilistas. Pero para recobrar su
sentido primordial, es necesario que los historiadores se comprometan de nuevo con
su sociedad y cambien sus relatos y el modo de trasmitir la historia. Que
retomen el papel preponderante que alguna vez tuvieron. Los nuevos tiempos
demandan de la historia “un conocimiento que nos haga más y más conscientes de los procesos
esenciales que nos han hecho los seres humanos que hoy somos y del medio cada
vez más inhóspito, cambiante y ajeno que nos rodea. En esta crisis profunda y
peligrosa que vivimos quizá la tarea más exigente del historiador sea recordar
a nuestros conciudadanos cómo llegamos a este punto de nuestra historia y
cuáles fueron las vías democráticas que en el pasado nos permitieron
enfrentarlas y cuáles pueden ser ahora, apoyados en esa experiencia, las que
mejor nos pueden servir para salir adelante” (ibid.: 362).
Sea como fuere, esta reseña es una invitación para revisar
la obra de Florescano, y sobre todo, para realizar una reflexión sobre la
función social de la historia en nuestros días y a que los historiadores asumamos
nuestro papel histórico. En este contexto vale la pena recordar la sentencia
que plasmó Friedrich Nietzsche en la segunda de sus Consideraciones intempestivas:
Tenemos necesidad de la historia para vivir y
obrar, y no para desviarnos cómodamente de la acción, o acaso para adornar una
vida egoísta y una conducta cobarde y perversa. Queremos servir a la historia
solamente en cuanto ella sirve a la vida
No hay comentarios:
Publicar un comentario